miércoles, 6 de julio de 2016

La increíble experiencia de Saja en una cárcel de menores






El exarquero de Racing fue a presentar el libro Pelota de Papel. El vínculo entre pibes de entre 16 y 18 años encerrados con un jugador de fútbol escapado de la TV.

“Yo no leía nada. Me costaba. Pero el primer libro que leí leí fue 'Viven', que habla de la historia de unos jugadores de rugby uruguayos, pibes como ustedes, que sobrevivieron 72 días en la montaña. Es una historia de supervivencia. Se los cuento porque el primer libro es como la primera vez. Es algo que no te olvidás más. Y a mí me gustaría que ustedes nunca se olvidaran ni de Pelota de Papel ni de nosotros que vinimos a acercarles estas historias”. 
Hay una habitación que, por ser de día, tiene el candado abierto. Las rejas están entornadas. Adentro, en una habitación de ocho camas, todo es gris y húmedo. Pero, en esta historia, podría ser todo negro y sin oxígeno. Ya terminó la presentación del libro y Sebastián Saja, que se siente local porque acá cerca está Brandsen, el pueblo donde nació, pide entrar, mira todas las camas ordenadas, pregunta por si llegan bien los insumos desde el Estado, averigua cómo es la mecánica de estudio y, rascándose la mandíbula, no tiene miedo de preguntar: “¿Y cómo resuelven ustedes acá cuando se pudre?”.
En el SUM (salón de usos múltiples) de la unidad carcelaria para menores Villa Nueva Esperanza, en el instituto Carlos Ibarra, llamado así porque siempre es importante recordar a un pibe que la Policía mató, sobre la ruta 520, cerca de La Plata, un grupo de chicos de entre 15 y 18 años, que por marginados de la sociedad terminaron en la violencia, no pueden despegar sus pupilas de cada gesto que hace Saja. No es una exageración: en un lugar de encierro, de la nada, y para presentar un montón de cuentos de jugadores de fútbol, aparece un arquero de Primera que parece haberse escapado de la televisión para sentarse en una silla y decirles: “Gracias por dejarme venir a hablar con ustedes y me gustaría escucharlos porque seguro yo voy a aprender de sus historias”.
El director de la unidad, luego de que hablen Mónica Santino, excusadora y escritora y entrenadora de un equipo de fútbol femenino en la villa 31, y Juanky Jurado, productor general del libro, le hace una pregunta a Saja que, en condiciones normales, sería cholulismo, pero acá resulta el pedido por una herramienta pedagógica determinante, en un lugar donde un montón de pibes viven en familia, en las mismas habitaciones, sin nunca salir, y con la constante de saber que ya perdieron, pero rehabilitarse es la opción para ganar.
-¿Qué se dice en un vestuario cuando se gana o cuando se pierde?
-Yo fui dos tipos de capitán. Cuando era chico y tenía 23 años y fui líder, quizás pensaba que había que gritar mucho, perdíamos y entraba al vestuario golpeando la puerta. Con el tiempo, con experiencia, me di cuenta que la cosa es diferente. Los líderes no se imponen: sos líder si el grupo te define como su líder. Y el liderazgo se sostiene con respeto: si respetás, te respetan. Y siempre hay que intentar ser ejemplo y ser el primero en hacer las cosas.




Un pibito levanta la mano y cuenta, muy feliz, que su hermano está en la Reserva de Ferro. Mónica le ve cara de jugador: los que saben, en los barrios, saben hasta por el movimiento de cejas quién sabe y quién no. Sus compañeros hacen una ronda interminable pidiéndole al Chino que les firmen un autógrafo para ellos, para un amigo, para mandarle a la abuela o para un papá que no les da pelota, pero que, quizás, con este regalo, en una de esas, vuelve a quererlos. Él se acerca y cuenta: 
-Yo jugué inferiores en Vélez.
-¿Y qué pasó?
-Me fui por el camino equivocado y me comí un balazo en la espalda; y ahora estoy acá.
El concepto se repite y Juanky Jurado lo expone metafóricamente: “Somos como los gatos, todos tenemos siete vidas”. Sus palabras no son exageradas porque nada es exagerado ahí: con Pelota de Papel de por medio o con el exarquero de Racing o con el relato de por qué se fue de San Lorenzo luego de que un pibe le pidiera una razón, la discusión ahí es quién está dispuesto a construirse otra vida cuando salga de ahí y quién no. O más: quién puede. Pero si aceptaste embarrarte los pies en un día de lluvia y te dio vergüenza manchar el piso con barro al entrar al sum que los pibes habían limpiado es porque sos parte del equipo de los que creen que la rehabilitación existe. 
Yo tengo 37 años. Tengo una profesión en la que, a esta edad, sos viejo. Y ya no me queda tanto. Pero yo hace un año y medio terminé el secundario. Porque las promesas están para cumplirse. Y yo cuando tenía 16 años tuve que dejar de estudiar por el fútbol y porque tenía que viajar mucho. Ahí le prometí a mi papás que iba a terminarlo algún día. Mi vieja ya no está, pero aún así tenía que cumplírselo. Mis hijos me miraban y veían que el papá se iba con una carpetita. Yo pensaba: algún día, les voy a tener que decir que estudien, pero si yo no lo terminé no voy a poder dar el ejemplo. Así que me recibí y fue tan lindo como hacer un gol o como atajar un penal”.
Los pibes no pueden creerlo. Saja tampoco, y pregunta y pregunta: sobre cómo son las visitas familiares, sobre si todos tienen familia, sobre si estudian, sobre si colaboran en la cocina, sobre cuál es el destino de cada uno de estos muchachos cuando salen de ahí. En la clase de literatura van a escribir cuentos y se los van a mandar. El Chino promete que volverá a merendar una tarde.
Nadie, ni de un lado ni del otro, es el mismo cuando entra a un penal y menos a uno de menores. En la puerta, el arquero que le dedicó su cuento “Atajada al cielo” a su mamá, analiza: “Ellos están acá y la Justicia ya determinó una pena para ellos y eso está bien. Pero algún día van a salir y tienen que reinsertarse”. 
Dos horas pueden durar para siempre. Estos pibes tienen muchas historias de un puñado de horas que los tienen encerrados en una vida sin libertad. Se equivocaron y alguien se equivocó con ellos. Pero, Saja lo dijo, las promesas están para cumplirse. Y ninguno de estos chicos olvidará, jamás, la tarde en que el Chino los invitó a leer, a pensar y a aprender a decir.




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